
Hacía días que no veía la calle. Una serie de eventos desafortunados en mi vida en los últimos tiempos me había llevado, directo, a una grán depresión. Y todas las personas que más importaban estaban al tanto de mi decisión, pero nadie de acuerdo.
Comenzó a sonar el teléfono perodejé que la contestadora lo hiciera por mí: "¿Santiago?... Santi soy Lucy. Se que estás escuchándome y también se que nada te va a hacer cambiar de opinión; solo quiero decirte que lamento mucho lo de tu papá y también el que no hayas sido aceptado en la universidad que tan importante era para vos, todo va a salir adelante en tu familia. Te voy a extrañar mucho en este tiempo. Nunca te olvides lo mucho que te quiero... " Colgó dejándome así llorando, siempre me había emocionado saber que contaba con la gente a mi alrededor.
Terminé de prepararme y miré el reloj: faltaba solo una hora, una hora a despejarme de todo. Sonaba el teléfono de nuevo, la última llamada: - ¿Hola?
- Santi, soy mamá - dijo una voz penosa y frágil del otro lado del tubo - espero este viaje sirva de algo... a tu padre yo también lo extraño mucho (...)
Antes de colgar miré el reloj, debía irme.
Cuando colgué el receptor sonaba el melodioso gong de llamada, su atención por favor. Mi avión a Bogotá estaba por salir. Me dirigí a la puerta de primera clase y entregué mi tarjeta de embarque a una jóven toda sonrisas. El largo gusano transparente estaba lleno de luz y el bolso no pesaba nada. Entré al avión con musica de maracas sonando en mis oídos. En efecto era una rumba.
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